Se acabó

Aunque lo hizo hace tiempo

Ignacio Álvarez
4 min readMay 16, 2020

La semana pasada salí a pasear a última hora de la tarde y cuando reconocí a un amigo tras la mascarilla grité:

-¡Coño, Antonio! Me han entrado ganas de echarme a llorar.

Antonio fue el último amigo al que vi antes de encerrarme en casa y también el primero al que me cruzaba desde que nos dejaron salir de casa. De hecho, vino de visita en marzo y estuvimos hablando de la que se nos podía venir encima sin tener aún mucha idea de lo que sería en realidad transitar por estos meses de confinamiento. Una semana antes de que se decretara el estado de alarma me acompañó a un seminario a Granada donde fui a hablar sobre una sentencia que no le interesaba lo más mínimo. Estoy convencido de que vino por las tapas y las cervezas. Bueno, y porque acababa de aprobar la oposición y tampoco tenía mucho más que hacer. Nos encontramos por casualidad en una esquina como me he encontrado con mucha gente a lo largo de esta última semana y media en la que el desahogo de poder salir a la calle nos ha devuelto parte de la salud mental que, al menos yo, había perdido.

Mis años de experiencia como nazareno me enseñaron a mostrar que estaba sonriendo sólo con los ojos. Quién me iba a decir a mí lo bien que me iba a venir ese saber –que nunca consideré como tal– ahora que salgo a la calle con una mascarilla FPP2. Los intercambios suelen ser rápidos. Uno pregunta qué tal va todo esperando escuchar un “bien”, porque en Andalucía la escala de bienestar decrece hacia “tirando” para acabar en “regular”, palabra que todos tememos escuchar y que significa que la otra persona lo está pasando muy mal. Lo más difícil es no poder abrazar o dar dos besos. Supongo que en eso consiste, en parte, la nueva normalidad. Y entiendo que haya gente que lo celebre porque estén hartos de esa costumbre nuestra de presentarnos como si nos conociéramos de toda la vida, pero bueno, a mí no me resultaba incómoda.

Durante este tiempo el móvil, muy a mi pesar, se ha convertido en un compañero inseparable. La fiebre de las videollamadas decayó pronto y yo lo celebré, porque hay un momento en el que empiezas a normalizar la situación y tienes poco que contar. A eso hay que sumarle una dependencia absoluta del ordenador y del propio móvil para seguir trabajando. Algunos días los ojos no me aguantaban un segundo más delante de una pantalla y, mientras tanto, recibía cada lunes un aviso diciéndome que el uso de mis dispositivos había aumentado un 25, 30 o 35%. Ahora he adquirido el firme compromiso de reducir al mínimo el uso de las redes en cuanto empiece a ver caras –aunque sea con mascarillas– de nuevo. Del ordenador ni puedo ni quiero decir lo mismo porque eso de escribir la tesis a mano o a máquina quedó atrás en el tiempo y tampoco tengo intención de hacerlo revivir.

Tengo ganas de volver al cine Albéniz porque se ha convertido en una especie de ritual que empieza cuando dejo de trabajar y salgo de casa con bastante antelación para bajar al centro andando y darme un paseo. Le decía a Nacho el otro día que lo bueno es que no nos tenemos que preocupar por las restricciones de aforo porque raro ha sido el día en el que hemos estado más de diez personas en una sala. Las entradas son muy baratas (5€) y las películas vienen en versión original subtitulada, pero la mayoría de la gente no lo sabe, lo que es a la vez una pena y una alegría.

Conseguí volver a leer, algo que al principio me resultaba imposible. Volví a encontrar tranquilidad en la lectura a la vez que me negaba a leer o escuchar cualquier cuestión relacionada con la pandemia. Ese fue el momento en el que dejé de escribir por aquí; no aguantaba las frivolidades relacionadas con este drama que escuchaba día tras día y consideré que mis publicaciones entraban en ese saco. Dejé algunas cosas pendientes, como contar la segunda parte del viaje a Barcelona para ver Arcade Fire, y muchas entradas que están en borradores y a las que de vez en cuando me asomo con curiosidad, como si las hubiese escrito otro.

Ayer anunciaron que pasamos de fase. Ahora, como a principios de marzo, no tengo muy claro cómo va a evolucionar la situación. Según leo, los científicos sólo pueden manejar la incertidumbre y quedan aún muchas cuestiones por resolver: no sabemos si es un virus estacional, no sabemos cuánto dura la inmunidad y por la tasa de contagio registrada en países ecuatoriales parece que el calor no acaba con él. Por lo demás, parece que la pandemia ha ayudado a profundizar en las divisiones, pero yo me niego a subirme al carro. De eso sí que desconecté hace tiempo. Lo único que parece seguro es que nada de lo que venga será peor –en términos sanitarios– de lo que ya hemos pasado. Y yo prefiero ser optimista, porque es lo único que puedo controlar ante un futuro incierto.

Con esto cierro definitivamente la irregular serie de las publicaciones del confinamiento. Lo mejor mejor que ha aportado Medium en estos días han sido las publicaciones de los otros a las que he acudido con gusto en cuanto el móvil me notificaba que estaban publicadas. Si algo escribo a partir de ahora no tendrá nada que ver con esto, ya va siendo hora de cambiar de registro.

Espero encontrarme ahora con mucha gente. Tengo cuentas pendientes y en todas me toca pagar a mí.

“¡Armonía sin fin, gran armonía

de lo que se despide sin cuidado,

en luz de oro para luego verde,

que ha de ver tantas veces todavía,

ante el carmín de la ilusión,

la interna plenitud desnuda!”

JRJ, “La plenitud”

--

--

Ignacio Álvarez
Ignacio Álvarez

Written by Ignacio Álvarez

Nosotros los solitarios. En Twitter soy @ialvarez95

No responses yet