Mi alegría es Málaga en primavera
En un par de semanas me despido por un tiempo breve de Málaga. Con esto cumplo con una obligación, pero también con un deseo de infancia. Siempre he querido pasar un tiempo en Francia. Por eso, lo razonable sería estar impaciente ante el cambio de perspectiva que se avecina. Sin embargo, siento algo parecido a una nostalgia por el futuro perdido. Es como si sintiera pena por los momentos de los que no voy a disfrutar.
Me voy a finales de marzo y me pierdo mis meses favoritos en esta ciudad. Me decía S. mientras hablábamos de la llegada del olor a azahar que me quedan muchos abriles en Málaga. No lo sé. Espero que sí, que tenga razón y sea cierto, pero cae sobre mí la pena de la primavera perdida. Ayer me senté frente al mar, cerré los ojos al sol y escuché a mis amigos. ¡Eso es la vida en primavera! Me hice una foto con J. y la titulé “A la sombra de una barca” por eso que escribió Alcántara:
A la sombra de una barca
me quiero tumbar un día;
echarme todo a la espalda
y soñar con la alegría.
Y mi alegría es Málaga en primavera. Sentarme en una terraza al sol, hablar, hacer la vida lenta cuando se acelera y disfrutar de los placeres que algún día desaparecerán. Pedro Cuartango dice que la angustia de estar en el mundo deriva del descubrimiento de que disponemos de un tiempo limitado que se va agotando. Quizás no es nostalgia por el futuro perdido, sino la pena y la angustia de perder una primavera. Tiempo en el espacio y con la gente con la que querré estar siempre, aun a sabiendas de que es imposible. Me estoy despidiendo poco a poco, como si no fuera a volver en unos meses. Estoy acumulando lugares, personas y momentos de los que quiero disfrutar antes de irme. Es una de las ventajas de marcharse: poca gente te niega un rato. Mientras tanto acumulo promesas de visitas que sé que no se cumplirán. Yo tampoco suelo cumplirlas, por más que me pese.
Me estoy preparando para los próximos meses. El otro día me escapé a Mapas y Compañía a comprar una guía de viaje; también tengo un cuaderno en el que pretendo ir escribiendo a lo largo de estos meses. Me he vuelto analógico, pero cada vez estoy más convencido de que lo que se escribe a mano no es comparable a las teclas de un ordenador. Tengo un reencuentro pendiente con J.P. en Alemania y una tesis por escribir — en el ordenador, por supuesto — . Pese a todo lo dicho arriba, me ilusiona irme porque me está sirviendo de pretexto para hacer todo lo que me gusta. Me voy y quiero que todo siga igual a la vuelta. Mientras tanto disfruto del hecho de saber que tengo una experiencia única por delante, espero tener también muchos abriles.
Cierro con el fragmento de un poema de Paul Valéry: “Le vent se lève… il faut tenter de vivre”