Manué y el don de la oportunidad
Francia y Málaga
Aquí los días se vuelven grises demasiado rápido. Apenas tenemos tiempo de disfrutar de los escasos rayos de sol. Sigo atormentándome por mi don de la oportunidad, ese que me hace estar en el lugar equivocado en el peor momento posible. Me volvió a pasar el sábado mientras daba un paseo por el centro de Nancy. Teníamos pensado ir un museo y, por el camino, nos encontramos con varios policías cubiertos por armaduras y escoltando a un hombre que decía estar siendo acosado por grupos de extrema izquierda. Una mirada curiosa, la calle casi desierta y nada que hiciera sospechar la existencia de un peligro inminente. Andaba distraído y decidí entrar a una librería. Había un señor firmando libros. Al parecer la obra era una exaltación de los valores franceses. Una nueva mirada alrededor, un grupo de señores en la puerta, la policía que llega. “Nacho, creo que estamos en el problema”, me dijo Víctor en español. Era la tercera vez que nos acercábamos al grupo perseguido. La policía nos empezaba a mirar con suspicacia y nosotros tuvimos que desaparecer.
Una amiga nos invitó a su casa para cenar sushi. Todavía no me acostumbro a este tipo de encuentros, tan típicos en Francia, porque me cuesta saber qué tengo que llevar. Entramos en una tienda pequeña que sobrevive en plena zona turística vendiendo productos locales. Queríamos llevar un par de botellas de vino blanco. La señora –la francesa más simpática con la que jamás he tratado– nos hizo toda una demostración de conocimiento. Al parecer, el blanco auxerrois de 2017 conserva una características que son difíciles de encontrar en las añadas del 2018 y 2019 por culpa del calor. Pese a las mascarillas pudo intuir en nuestras caras que nuestro conocimiento de vinos se limitaba a decir si este o aquel estaba bueno. Echó un ojo al estante, nos miró a la cara y mientras nos guiñaba un ojo preguntó: “¿os lo queréis tomar con mujeres? Suelen preferirlos afrutados”. Sí, había mujeres, pero yo me acordé de mi hermana y de la inglesa que la semana anterior casi nos mata bebiendo cerveza, así que le dije que mejor un par de vinos secos. Lo que nos hacía falta era asociar género y tipo de vino, los hechos lo desmienten.
El tren es mi medio de transporte favorito. Camino de Metz le enseñé a Victor un mapa de la red ferroviaria española. No terminó de entender que para ir a Valencia desde Málaga uno tenga que pasar por Madrid y tampoco ese agujero negro que es Extremadura. “Incroyable”, dijo mi amigo nacional de uno de los Estados más centralizados de Europa. Cerca de nuestros asientos había un señor hablando por teléfono soltando un catálogo de frases de repertorio para la pandemia. Creo que ya nos las sabemos de memoria: la incertidumbre, es imposible planificar, es muy raro, la ruina, etc. En la segunda llamada repitió el argumentario casi palabra por palabra y yo pensé que mejor sería ponerle una grabación y así se ahorraba el hombre tanto disgusto.
En uno de mis últimos días en Málaga entré a la panadería y había un señor de unos setenta años reproduciendo en su móvil unas bulerías mientras compraba el pan. La panadera le decía: “olé mi Manué, que cada vez que viene me alegra las mañanas”. Yo miraba sonriente mientras el hombre cogía su bolsa con la mano que le quedaba libre. Se fue sin decir adiós. Bueno, no dijo ni una sola palabra mientras estuvo en la panadería. Cuando se marchó, la mujer me explicó que hacía eso a diario. Se paraba en la puerta antes de entrar, buscaba en YouTube flamenco alegre y no tenía ni que decir lo que quería porque siempre se llevaba lo mismo. Ella me dijo que le daba mucha alegría y yo le contesté que la crisis no la podíamos evitar, pero que al menos teníamos derecho a elegir cómo afrontarla.
¡Viva Manué!