Le dije a Ana
Le dije a Ana que había dejado de escribir porque ahora todo se lo escribía a ella. Quizás utilizaba la escritura como tabla de salvación, pero hace tiempo que eso ya no es necesario. Ya sólo escribo para contar y que nunca se olvide, para agradecer, o para hacer menos evidente la distancia física.
Ese es el motivo por el que le sigo escribiendo cuando está de guardia y medio desaparece durante veinticuatro horas. Le dije que escribirle era la forma que tengo de hablar con ella cuando no está. También que por eso despreciaba a Neruda, al que le gustaba cuando callaba, y me quedaba con Antílopez, que lo mandaban al carajo y replicaban cantando : «si me gustas como ausente, imagina cuando hablas y te siento bien presente».
El otro día le regalé Nubosidad Variable, de Carmen Martín Gaite, porque ahí se dice que cada ser es radicalmente distinto de otro cualquiera, pero que a veces estallamos al mismo tiempo, como las olas que se persiguen y coinciden un instante en su cumbre de espuma. Bendita explosión, bendito encuentro cuando los dos, hasta cierto punto resignados, nos encontramos a pesar de haber estado siempre al lado el uno del otro.
Que la ausencia no requiere de silencios ni de distancia lo acabamos aprendiendo todos con bastante sufrimiento más tarde o más temprano. Sin embargo, contar con su presencia constante a pesar de las circunstancias ha sido un regalo.
He puesto fin a mi tesis, y con ello una parte de mi vida. Por eso era de justicia volver a escribir, aunque sea exclusivamente para agradecerle en público su apoyo leal y calmado a lo largo de todos estos meses, su cariño y su amor sincero.
«Para el alma que ella dejó de guardia
permanente, como una lucecita encendida,
en mi casa, en mi cuerpo y en el nombre
por el que me llamaba»