Las conversaciones pendientes
Ayer puse un tuit en el que decía atravesar ese peligroso momento en el que me planteaba tener conversaciones pendientes para ajustar cuentas con mi conciencia. Llevo días dándole vueltas al asunto y todavía me lo planteo. V. me dejó caer que él ya las había tenido, pero yo creo que nunca las tendré, al menos no ahora y a través de la pantalla.
Si para algo tenemos tiempo es para pensar. Son demasiadas horas sin interacción directa y física con personas. También leo a muchas personas quejarse de dos problemas: insomnio y pesadillas. De lo primero, salvo alguna excepción, me estoy librando. Estoy yendo un poco a contracorriente y duermo más y mejor que nunca –habitualmente suelo tener problemas para dormir–, pero también estoy perdiendo peso. Siempre desaprovecho las grandes ocasiones. Sin embargo, no voy a negar que algún que otro día he tenido un sueño más raro de lo normal, pero sin la suficiente recurrencia o entidad como para considerarlo un problema.
Estoy produciendo mucho, aunque no soy productivo. Intento concentrarme en la lectura, pero no avanzo. Lo único que consigo empezar y terminar son las películas. Ayer vi “Mystic River”, una historia protagonizada por tres amigos de la infancia cuyos caminos se entrelazan de nuevo pasados los años. Uno de ellos sufrió abusos sexuales tras haber sido obligado a montarse en un coche con dos desconocidos. En un momento de la película, uno de los amigos –ya adulto– le dice al otro que, en el fondo, es como si ellos, que no habían sufrido los abusos, también hubieran montado en el coche. Fue esa escena la que me llevó a escribir el tuit.
En estos días de pausa vienen a mi cabeza de manera recurrente las conversaciones que nunca tuve. Creo que lo hacen porque ahora que pensar en el futuro es una osadía sólo queda mirar hacia atrás. También porque esas conversaciones pendientes me definen: soy, en parte, las conversaciones que dejé para otro momento y ahora no sé si tendré. La incertidumbre pesa, y ahora es lo único seguro que tenemos: un futuro incierto.
Para mí ahora son peligrosas porque todas lo que hablo estos días suele ser intranscendente. Por una parte eso me contenta, no lo voy a ocultar. Es la confirmación de que jamás podremos vivir a través de las pantallas. Necesitamos el contacto físico, lo que me lleva a negar la posibilidad de resolver asuntos pendientes ahora. No es el momento. No obstante, por otra, me asusta. Puede que un día, cuando esto haya acabado, la normalidad me invada y esas conversaciones queden en el aire. Entonces me definirán para siempre.