It’s getting hard to be someone
Lo difícil que es ser alguien en tiempos del confinamiento
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa. Si el mar se lleva un terrón, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa señorial de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
John Donne
Nadie puede decir que no se esperaba el confinamiento, al menos desde el miércoles de la semana pasada. Parece que mi cuerpo se ha acostumbrado rápido a la nueva situación, aunque no puedo decir lo mismo de mi mente. Ahora vivo en un estado de confusión permanente en el que la delimitación del “yo” se hace cada vez más difícil. Acudo a las fotos que guardo en el móvil para recordar cómo era mi vida antes del confinamiento, porque tengo miedo de disolverme entre cuatro paredes. Y quién me lo iba a decir. En mi caso, como en el de muchas personas con las que hablo — ahora después voy a eso — , diseñé una cuarentena casi perfecta. Seguir las instrucciones del gobierno no debía ser demasiado complicado: salir para lo estrictamente necesario y sólo cuando no quedara más remedio. Creo que esa es la parte más sencilla, aunque haya una minoría que no lo entienda. Además, consumido por la vorágine de actividades que nos marcaba el día a día antes del confinamiento, vi en este periodo una oportunidad para recuperar el tiempo que me había sido arrebatado (ahora me pregunto por quién) para dedicarlo a aquello que me gusta: leer, volver a ver cine y recuperar la calma que antes no tenía, o creía no tener.
Recuerdo el primer fin de semana con cierto asombro. Fue una auténtica revolución: todos en casa esperando el anuncio del gobierno del anuncio del estado de alerta al día siguiente a las dos, a las cinco o a las nueve (ya soy, como ellos, incapaz de fijar una hora.); tensión en las redes sociales, más activas que nunca; incertidumbre en casa por los posibles cambios en el trabajo; videollamadas a raudales para saber cómo estábamos todos tras dos días encerrados en casa; épica y emoción cuando a las ocho, por primera vez, salimos a aplaudir a los sanitarios… Ahora me parece que hace mucho de eso, pese a que sólo haya pasado una semana. Novedad, expectativas e incertidumbre. Todo eso fue mi fin de semana. Supongo que no muy diferente del fin de semana del resto.
Pasan los días y he intentado cumplir con las recomendaciones de todos los que nos aconsejaban sobre cómo sobrevivir al confinamiento: madrugo entre semana, me visto para trabajar y tengo una rutina. La excepción es que sigo sin hacer deporte, aunque debería. Hablo a diario con todos mis amigos y nos vemos a través de la pantalla. Sin embargo, me he dado cuenta de que me estoy diluyendo. Todos los planes previos se están viniendo abajo. Soy incapaz de leer —me distraigo enseguida— y la intención de ver una película diaria se vino abajo al cuarto día de encierro. Mi concentración ha desaparecido y temo desaparecer yo con ella. El otro día, hablando con S. por WhatsApp, creí hallar el origen o la causa del problema. Le dije que la cosa se iba a poner chunga, a lo que me respondió: “It’s getting hard to be someone”. Y sí, dio con la clave.
Mi vida ha desaparecido, y no puedo pretender que sea la misma. Necesito salir un miércoles con N. al cine, al que siempre llego con tiempo porque lo aprovecho para dar un paseo y callejear por el centro. También me hace falta salir un día cualquiera a las ocho de la tarde a tomarme una caña y hablar, quedar un viernes para cenar o desayunar con P. y P. en la cafetería de la facultad. Quiero ver a mis amigos de toda la vida, echarles un brazo por encima del hombro y no limitarme a encontrarme con ellos en el ciclo de conferencias diario que han montado por Instagram. Me gustaría que volviera la normalidad a mi vida, aunque eso implique estrés y la sensación de no tener tiempo, porque ahora tengo todo el del mundo pero sin ellos no me vale absolutamente para nada. En estos tiempos es difícil ser alguien, porque nadie puede pretender ser sin los que le rodean.
PS: he escrito una basura, pero no doy para más. Ánimo.