Hoy es el cumpleaños de Raquel (II)

18 de enero de 2022

Ignacio Álvarez
3 min readJan 18, 2022

Hoy es, como cada 18 de enero, el cumpleaños de Raquel, a la que por suerte vi hace tan solo unas semanas.

Nuestro reencuentro venía marcado por su lamentable huída en Málaga dos años atrás. Desde entonces la pandemia, la incertidumbre y nuestras vidas profesionales nos habían tenido apartados. Sin embargo, un congreso me llevó a Cataluña y el tren a Barcelona, donde me esperó con la mesa puesta y una botella de vino.

La cena se parecía a un interrogatorio. Una luz sobre la mesa nos alumbraba desde lo alto y se sucedían las preguntas sobre nuestras vidas. Había mucho que contar, así que acabamos pronto con el trámite de la comida y confiamos en el vino. Ahí me acordé de Borges, que dijo que la diferencia entre la amistad y el amor es que la primera no necesita de frecuencias. Así, mientras el amor estaba lleno de ansiedades, la amistad tolera largas ausencias. Y qué rápido se olvidan, pensé.

Su casa tiene techos altos y molduras en el salón y en la habitación principal, que tiene hasta unos ángeles acurrucados. Sin embargo, la decoración es un reflejo de su personalidad y la de Nicolás, al que sigo sin conocer, espero que no por mucho tiempo. Tiene plantas, viñetas pijoprogres y un pingüino grabado en láser en una tabla de madera. ¿Qué pinta un pingüino en una casa del Eixample? Supongo que será su amor por los animales, la misma razón por la que es vegetariana. En cualquier caso, a mí me sigue resultando fascinante. Especialmente porque cada vez que entra alguien a casa le tiene que explicar que, efectivamente, es un pingüino. Cuesta distinguirlo, será cuestión de perspectiva, yo que sé.

Hablamos del deporte y recordamos nuestras salidas en Granada. Cuando entró el buen tiempo empecé a salir a correr y ella se apuntó. Pronto lo cambiamos por paseos en los que subíamos a la Alhambra, y de ahí al cementerio para acabar bajando por el Barranco del Abogado. Calles muy empinadas y con el asfalto destrozado por donde íbamos hablando aprovechando la poca luz que quedaba –“¡Con qué trabajo tan grande deja la luz a Granada!”, dijo Lorca con más razón que un santo–.

Foto de nuestro encuentro hace algunas semanas. Desconfiaba de mí, por eso aparece con cara de susto.

Una vez, cuando ya estábamos llegando a la parte baja, me dijo con un tono un poco chulesco que le había costado poco la subida. La miré asombrado y me di la vuelta. Empecé a subir otra vez con decisión, diciendo que a la casa se llegaba cansado o no se llegaba. “Coooo, qué haces” (es de Zaragoza), me gritó, pero a los cinco segundos empezó a seguirme. Raquel nunca me ha dejado solo. Tampoco durante este tiempo en el que no nos hemos visto. Por eso la cena no consistió en contarnos los últimos dos años, sino las dos últimas semanas.

Esta vez sí que nos despedimos. No nos quedó otra, no había donde esconderse. Fue más fácil que otras veces. Imagino que al miedo de la ausencia le venció la confianza en la amistad, que se ha demostrado inalterable frente a la distancia y el tiempo.

Yo sigo deseando en que el próximo encuentro se produzca en su boda. Esta clase de comentarios ya no le ponen nerviosa. Tampoco los de su futura maternidad. Y eso, querida Raquel, es señal del paso inexorable del tiempo. Ya puedes ir acariciando la treintena con la punta de los dedos.

Por cierto, la última vez que estuve en Granada, justo antes de ir a verte, no fui a Los Arcos, y eso que estuve al lado. No te lo conté, pero la nostalgia me pesa todavía demasiado. Además, ahora lo han reformado y parece otro; nuestra mesa ya no existe, porque ahora el bar sigue a lo largo. Como te dije el año pasado: prefiero pensar que la rubia y el moreno siguen en la mesa del fondo discutiendo, riendo y brindando, ahora porque cumples un año más.

Felicidades, Raquel.

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