Hijos del agobio y la rutina
Un intercambio epistolar (II)
Querido:
Siento decirte que empiezo a estar ya cansado de no ponerte nombre. Dime tú a mí quién se dedica a escribir a alguien cuyo nombre no conoce. Hace que todo esto se convierta en un monólogo similar al de un diario y nada me aburre más que un diario; me paso todo el día huyendo de mis pensamientos como para sentarme al final del día a ordenarlos. No podría coger el sueño. Esa es la razón que me ha empujado este año a la lectura de los diarios de otros: Trapiello, Peyró y Uriarte.
Trapiello ha sido mi descubrimiento de enero. Le tomé prestada una frase a Tabucchi para decir que, tras leer Madrid, tenía nostalgia de una vida que no había vivido. Una vida mucho más desordenada que la que llevo yo ahora y por eso también mucho más interesante. Tras una pelea tuvo el valor de irse de casa y deambular por Madrid arrastrado por un amor que al poco tiempo se demostraría no correspondido, pero gracias al cual conoció a Miriam. Qué mujer, Miriam. Estoy seguro de que habría sentido una envidia insana si hubiese pertenecido a su grupo en los setenta, pero me quedaban aún unas décadas para entrar en escena. Ahora ella me sigue en redes sociales y yo vivo con una presión inmensa, temiendo que en cualquier momento descubra que soy una farsa.
Recuerdo que una vez te dije: «Mi bisabuela vendía higos, mi abuelo y mi padre pescado y yo vendo humo». Lo reafirmo y lo mantengo. Para excusarme podría decir que soy víctima de esta generación, pero es que odio esa afirmación. ¿Acaso esta generación de la que somos parte no queda definida por lo que hacemos a diario tanto tú como yo? A mí nadie me podrá acusar nunca de ser un retrechero. Sin embargo, he de decirte que vengo observando cómo, de manera generalizada, todos nosotros, los de nuestra generación, venimos refugiándonos en la rutina como mecanismo de escape. Hasta el paseo para ir a ver el mar –«El cielo caído / por querer ser la luz» (FGL)– ha adquirido un carácter mecánico que mata cualquier posibilidad de refugio. En los setenta, cuando Andrés Trapiello y Miriam Moreno se conocieron, los de Triana debieron tener una visión de 2020 y 2021 y por eso nos cantaron:
Dormidos al tiempo y al amor
Un largo camino y sin ilusión
Que hay que recorrer
Que hay que maldecir
Hijos del agobio y del dolor
Eso sí, a veces la rutina no es que se rompa, simplemente explota. Mis amigos de toda la vida y yo tenemos un grupo en el que, entre otras cosas, vamos comentando la actualidad de la gente que nos rodea. Recuerdo que uno dijo estar en shock porque una compañera de promoción se había quedado embarazada; ni que tuviera quince años, le dije. A pesar de eso, hace unos días la sorpresa fue generalizada cuando otro chaval algo más pequeño que nosotros anunció a través de Facebook –al parecer sigue existiendo y algunas personas lo utilizan– su futuro compromiso con la que hasta entonces era su novia y ahora, imagino, será su prometida. Supongo que el embarazo le puede pasar a cualquiera –también es mucho decir–, pero, ay, casarse es una decisión que va en contra de las leyes de la precariedad laboral y su correlativa inestabilidad personal. Estos son los nuevos valientes.
En fin, empiezo a divagar y no lo tenía previsto cuando me levanté esta mañana. Es la señal definitiva de que debo dejarlo aquí.
Espero tu nombre y que la tarde del domingo se te pase lo más rápido posible.
R.