El parque de las balas

A los amigos

Ignacio Álvarez
4 min readJun 8, 2020

El nombre del grupo de WhatsApp que tengo con mis amigos es “Aro Titto”, una especie de grito que hicimos famoso durante un viaje a Cádiz en 2012 mientras, a ratos, José hacía un gesto raro con su mano encima de nuestras cabezas. Todos estamos juntos desde los tres años. Bueno, todos no. Antonio es un advenedizo que llegó tarde porque sus padres decidieron mandarle a un colegio que estaba en la otra punta de la ciudad y donde el ambiente era más selecto. Él siempre nos recuerda que estudió con el sobrino de Antonio Banderas y a nosotros nos consuela saber que ese muchacho (que ya será un hombre) no tiene ni idea de quién es y hoy no lo reconocería por la calle. El resto, como decía, entramos en el colegio desde los tres años y a excepción de Luis salimos a los dieciocho.

Creo que cuando fuimos a Cádiz a Luis le gustaba que le llamáramos “Chami”, una abreviatura de su apellido que por aquella época le hacía diferenciarse de los demás. Como si le hiciera falta, pensaba yo, con esa nariz y siendo el popular. No había ningún otro Luis en la promoción y aunque sólo en nuestro grupo dos nos llamáramos Nacho no nos andábamos con tantas florituras. Sin embargo, un día debió sufrir una aparición o debió caer en lo ridículo del asunto y decidió que volviéramos a llamarlo por su nombre. Así que quitando estas tonterías en el grupo somos seis: Ángel, Antonio, José, Luis, Nacho Á. y Nacho M.

Este fin de semana nos reencontramos en casa de Nacho después de mucho tiempo sin coincidir. Yo ya había visto a José varios días porque somos pareja cuando jugamos al padel (únicos a la hora de dar pena con la pala en la mano) y porque con Ángel ya nos habíamos tomado algunas cervezas. A Nacho era imposible verlo. Lo único que sabíamos de él –porque subía las historias a Instagram– es que desde que se pudo salir de casa no hacía más que subir montes con su perro. Luis estaba desaparecido en combate y ya no sabíamos si existió de verdad o si murió cuando lo hizo su mote y Antonio decidió que no se iba a sentar con nosotros en una mesa y que la única actividad que iba a hacer era salir a andar; algo que, por otra parte, no debía hacer muy bien porque demostró tener una forma física lamentable cuando fuimos juntos a dar un paseo con Carlos (el amigo rapero al que humilló Skone).

José llamó a esto Málagafornia

Estuvimos juntos el sábado por la noche en casa de Nacho, que quería estrenar con nosotros la mesa de mezclas que se había comprado durante el confinamiento. Nos tomamos unas cervezas, pedimos unos camperos y asistimos con expectación al estreno musical de Nacho. Creo que tiene bastante recorrido mezclando. Yo diría que tiene todo un camino por andar, un espacio por explorar y necesita tiempo para encontrar su estilo. Vamos, que todavía no tiene mucha idea, pero estoy seguro de que lo hará bien. Ojalá mis nietos vivan para verlo. Nacho pinchando y José bailando, no se me ocurre peor tortura para los sentidos. Los más parecido dentro del grupo es escucharnos a Ángel y a mí hablar. Otra tortura que puede durar horas. El sábado discutimos y como se enfadó dejó de hablar. Él miraba el móvil en silencio mientras el resto se me acercaba en voz baja a darme las gracias porque así estuvo diez minutos callado, lo que tardó en olvidarse del tema, y exactamente el mismo tiempo que yo estuve delante de la mesa de mezclas intentando que sonaran bien Camarón y Aoki juntos. El fracaso fue tan grande me tuve que ir a mi casa.

Ayer decidimos ir a tomar algo a la playa. Nos subimos a una terraza que ninguno conocía y por lo visto está de moda. Tardamos poco en llamar la atención, supongo, porque, pese a ser un grupo bastante normal, tenemos aún muchos aspectos que mejorar cuando estamos en sociedad. Uno de ellos es comer como personas normales. Decía Nacho que le habíamos pedido más pan al camarero para comernos la cerámica del plato cuando ya lo habíamos dejado limpio de mojo picón. Nos indignamos al comprobar que el vecino no aprovechaba su terraza y yo di el coñazo con la ley de costas. Ya casi al final, para darle un toque moderno al atardecer, el camarero decidió poner algo de música. Cuando sonó por primera vez “Hurricane”, de Bob Dylan, Antonio dijo que nos iríamos y la canción seguiría sonando. Él se refería a que era bastante larga, pero fue una premonición. Sonó tres veces seguidas. En la segunda repetición imitamos –mal– el sonido de la armónica y durante la tercera nos tuvimos que rendir para gritar juntos el estribillo: “Yes, here’s the story of the Hurricane/The man the authorities came to blame/For something that he never done…”, pero resultó que lo cantamos cuando no tocaba, así que hicimos otra vez el gilipollas, que es lo que venimos haciendo juntos desde que nos conocemos.

Así que cuéntala otra vez

Una de esas historias

Con las que nos reímos

Las has contado mil veces

Tal vez 2005, nos reímos igual

Así que cuéntala otra vez

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Ignacio Álvarez
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Written by Ignacio Álvarez

Nosotros los solitarios. En Twitter soy @ialvarez95

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