A ti que vienes sin dar nombre

Una respuesta a esta carta

Ignacio Álvarez
3 min readFeb 21, 2021

Querido…:

Permíteme confesarte mi sorpresa cuando en el buzón encontré esta carta, pues esperaba una comunicación previa en la que me preguntaras cómo debías dirigirte a mí. Sin embargo, y, salvando las distancias, me sentí como el protagonista de “Carta de una desconocida”: descolocado ante una misiva de alguien a quien creo no conocer y cuyo contenido no puedo siquiera sospechar. Por eso he decidido tomarle prestado el nombre, o más bien la inicial; puedes llamarme R.

Tampoco puedo dejar de pensar que, quizás, la omisión del nombre sea un reflejo fruto de la situación que tú tan bien describes y que todos sufrimos., que nos sume en una nebulosa de confusión La merma de la concentración nos trae a todos, sin distinción, por el camino de la amargura. Yo, que nunca me suelo exceder de la fórmula protocolaria cuando alguien se interesa por mí, me encuentro ahora en una fase en la que a toda persona con la que intercambio más de dos minutos de charla le cuento lo difícil de hacer frente a la situación y cómo esta fase, que parece no tener fin, me está afectando más que los primeros meses de confinamiento. El otro día volví a hacerlo. Volví a contarlo, aunque esta vez en un correo profesional. Recibí esta respuesta, a la que, desde entonces, no dejo de darle vueltas: “nos hemos empeñado en pensar que se puede hacer como si nada en una especie de alucinación colectiva que solo produce insatisfacción”. Sé que eres inteligente, pero espero que el hecho de saber que el problema no es tuyo ni del libro te sirva de consuelo.

Por lo demás, no seré yo el que te saque de la torre. Imagina que tras meses de enclaustramiento alumbras finalmente la obra que te consagra como escritor. No me perdonaría ser el responsable del fracaso de ese futuro hipotético que espero para ti, con encierro o sin él. Eso sí, déjame decirte que la torre no necesariamente tiene que ser de marfil –es un lujo cuyo coste, además, implica arrebatar la vida al mejor de los animales que puebla la tierra–, pero debe tener grandes ventanales. La torre puede ser peligrosa. La realidad invita a volverse un ser solitario y huraño, pero: ¿para qué adelantar ahora la venida de esta fase vital cuando podemos formar parte de la resistencia? ¿Acaso no es este intercambio un ejemplo, minúsculo quizás, de una voluntad firme, íntima y convencida de salir del desasosiego y el sopor del que me hablas? Todavía nos queda bastante por recorrer como para estar ya de vuelta. Creo, amigo, que tenemos que volver a mirar al mundo con los ojos de un niño. No sólo porque sea una garantía de entrada en el reino de los cielos, sino también por eso que dijo María Zambrano: «El despertar de la inocencia anula la soledad, trae la identificación consigo mismo y con todos los hombres, que parece entonces imposible que sean “otros”; “los otros” o “los demás”». En el resto, en los que nos rodean, está nuestra esencia y nuestra salvación. En el resto está la vida que anhelamos, encapsulada en cada una de las personas que le dan sentido a esto y que, como si de un puzle se tratara, necesitamos volver a unir para nunca más volver a separar.

Por cierto, si de pequeño no comprendía mucho de lo que veía en el telediario te he de reconocer que ahora tampoco. Quién sabe, puede que esté volviendo, de manera inconsciente, a la senda de la inocencia.

Te escribiré pronto. Mientras tanto, espero tu nombre.

R.

PS: si esta carta llegara en un sobre habría omitido el remite para mayor gloria mía y enfado del personal de Correos.

Esta foto, el motivo de mi tardanza

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Ignacio Álvarez
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