A la espera de alguna forma de normalidad
De la mano de Chirbes
«Así, ¿cómo escribir, si todo está en suspenso, a la espera de alguna forma de normalidad?».
Cuando leí esta frase que aparece en la primera entrada de los diarios de Chirbes me sentí, en cierto modo, identificado. Durante meses he estado en suspenso porque he vivido en la incertidumbre. De repente pasé de una estabilidad hasta cierto punto tediosa y monótona a vivir en un mar de dudas. No sabía donde estaría la semana siguiente, ni qué sería de mi porvenir profesional.
Las necesidades materiales aprietan y, al contrario de lo que se dice de Dios, ahogan. Con la mejor de las intenciones recibí entonces consuelos que no hacían sino ahondar en la desesperación: ni es un descanso envidiable ni podía sacar provecho alguno. Los días de búsqueda y de espera se convierten en tiempo perdido. Cito de nuevo a Chirbes: «Se escaparon los días sin dejar apenas huella».
Comentábamos Nacho y yo que el tiempo de ocio, entendido como una omisión total de la actividad, se extendía más allá de lo deseable. Mucho tiempo para pensar, poco para estar concentrado en algo que no fuera intentar cuadrar el círculo de la certeza de futuro. Al fin y al cabo, algo imposible. Así pues, días nublados en el recuerdo y hechos que no pueden ser situados en el tiempo.
Hoy, como José Arcadio Buendía tras pasar meses encerrado en su habitación antes de anunciar su gran descubrimiento –«La tierra es redonda como una naranja»–, proclamo aquí lo inútil e inevitable que resulta perder el tiempo en elucubraciones cuando se navega en la incertidumbre.
«Escribir es la indagación para nombrar lo que no puede nombrarse, un intento, un acercamiento hacia lo que aún no se ha dicho».
De nuevo Chirbes para justificar esta tentativa de ordenar lo innombrable. La vuelta a la escritura para poner orden en este desorden, porque necesario imponer disciplina para luchar contra la desidia, para despegarla del cuerpo y del alma. También como una forma de exorcizar y ahuyentar a los demonios.
En París discutí con Cristina y me mandó a leer la Carta a Meneceo, de Epicuro: «Recordemos también que el futuro no es nuestro, pero tampoco puede decirse que no nos pertenezca del todo. Por lo tanto no hemos de esperarlo como si tuviera que cumplirse con certeza, ni tenemos que desesperarnos como si nunca fuera a realizarse.».
¿Qué queda, entonces? Imagino que, al menos, intentarlo.
Durante meses he estado, en cierta manera, ausente. Sirvan estas palabras para disculparme por los mensajes nunca respondidos y para agradecer el apoyo constante, paciente y sin exigencia de reciprocidad que he recibido. Especialmente de quien me dijo que no permitiría que me fuera y ha luchado para que así sea.